EN DENHILLS
UNA PAREJA
A veces no se trata de grandes discusiones ni decisiones radicales. A veces, lo que distancia a una pareja son las rutinas invisibles, los pendientes constantes y el poco espacio para simplemente estar.
Una pareja, una rutina y los que se nos fue olvidando
Nos mudamos a la ciudad por trabajo. Un nuevo emprendimiento, nuevos proyectos, nuevos edificios altos y personas ocupadas por todos lados. Al principio, era emocionante: el ritmo, la productividad, la sensación de estar “haciendo algo grande”. Pero, sin darnos cuenta, nuestra vida en pareja se convirtió en una especie de gestión compartida.
Trabajábamos desde casa, íbamos al gimnasio, cocinábamos algo rápido y repetíamos. Los días se llenaron de tareas útiles pero impersonales. Dejamos de hacer cosas que antes nos unían: caminar sin rumbo, sentarnos en un parque a leer, perder el tiempo sin culpa. Y como no conocíamos a nadie en esta ciudad nueva, tampoco había alguien que nos sacara de la rutina que —aunque cómoda— no nos hacía bien.
No fue una crisis. Fue más sutil: una desconexión que se acumulaba en silencio.
Durante un buen tiempo, parecía que todo funcionaba. Trabajábamos mucho, nos organizábamos bien, el emprendimiento avanzaba. Pero en algún momento —ni siquiera recordamos qué lo detonó exactamente—, la olla de presión explotó. Una discusión sin sentido, una acumulación de silencios, o tal vez solo el desgaste de estar demasiado disponibles todo el tiempo, en el mismo lugar, para todo.
En lugar de parar, hicimos lo típico: planear viajes largos y lejanos. Alemania, Asia, Estados Unidos. Escapadas que sonaban emocionantes, pero que al final, más que resolver, postergaban. Y quizás ese fue nuestro error: haber dejado que la idea de reconectar dependiera siempre de algo grande y lejano, cuando lo que necesitábamos era mucho más simple y cercano
Si lo pensamos ahora, tal vez solo hacía falta cambiar de ritmo y de espacio. Hacer pausas más pequeñas, más frecuentes. Encontrar ese punto medio entre el trabajo, el silencio, la perspectiva… y el tiempo de calidad para disfrutar nuestra compañía, sin más.
Lo que aprendimos fue bastante claro: muchos de nuestros problemas no eran emocionales, eran logísticos y ambientales. Por ejemplo, descubrimos que el simple hecho de vivir y trabajar en el mismo espacio nos dejaba sin pausas ni perspectiva. No había distancia entre nuestras funciones y nuestras emociones. Y eso, según especialistas en relaciones, es uno de los principales factores de desgaste en parejas que emprenden o trabajan juntas
También aprendimos que el espacio físico importa más de lo que creíamos. Cuando todo pasa en pocos metros cuadrados, se pierde lo simbólico: no hay un rincón para uno mismo, ni un lugar para volver a encontrarse. La cercanía deja de ser conexión y se convierte en fricción. Nos hizo sentido lo que dicen algunos terapeutas: estar juntos todo el tiempo puede hacernos olvidar por qué estamos juntos. Y que a veces, lo único que hace falta para reconectar es un lugar distinto, aunque no sea lejano.
Así que dejamos de pensar en “escapadas” como algo esporádico y lejano. Empezamos a buscar un espacio que pudiera ser parte de nuestra rutina, al que se pudiera llegar sin estrés, al que quisiéramos volver sin necesitar una crisis. Empezamos a probar algo distinto. En vez de esperar las vacaciones, comenzamos a incluir pequeñas escapadas como parte de nuestra rutina. Algunas entre semana, otras durante el fin de semana completo, y algunas veces, hasta quedarnos más de una semana si el ritmo del trabajo lo permitía. No era un descanso completo, pero sí un respiro profundo. Y algo curioso pasó: incluso trabajando, el cambio de entorno hacía toda la diferencia. Al no tener todas las herramientas habituales —sin escritorio perfecto, sin dos monitores, sin silla ergonómica—, terminábamos haciendo otras cosas que siempre posponíamos.
Organizar ideas. Escribir propuestas. Leer artículos largos. Responder correos con calma. Pensar. También hubo días sin trabajo, claro. Recostarnos en el césped, caminar sin prisa, leer sin interrupciones. No era una desconexión forzada, era una reconexión espontánea. Y sin darnos cuenta, dejamos de asociar la productividad con la rutina… y empezamos a asociarla con claridad.
Ese equilibrio —hacer sin prisa, estar sin plan, trabajar distinto— se volvió parte de cómo cuidamos nuestra relación.
Nuestro nuevo lugar favorito para todo esto es DenHills. Un espacio que descubrimos por casualidad, pero que terminó convirtiéndose en parte de nuestra rutina como pareja. Nos gusta que está lo suficientemente cerca como para llegar cualquier día después del trabajo, y lo suficientemente lejos como para que parezca otro mundo. Si surge una emergencia, en 90 minutos estamos de vuelta.
Elegimos este camino de emprender juntos, y aunque no es fácil, sigue siendo emocionante. Lo que cambió fue el entorno. Aquí, el ambiente no nos recuerda los pendientes cada cinco minutos, no está la laptop en la mesa del comedor, ni uno trabajando mientras el otro se siente culpable por no estar avanzando. Es un espacio que nos permite desconectar sin presión, sin sensación de deuda con el trabajo. Y sí, todo funciona perfectamente: hay wifi, hay comodidad, hay estructura. Pero eso es solo un respaldo. Lo que nos hace volver es que hay menos excusas para trabajar, y muchas más invitaciones para estar en pareja.
DenHills es un refugio natural a solo 90 minutos de Ciudad de México, ubicado en la comunidad de Denjhi, junto al Pueblo Mágico de Jilotepec. Rodeado de árboles gigantes y aire limpio, ofrece cabañas cómodas, coworking rodeado de verde, y espacios diseñados para descansar, reconectar y crear sin distracciones.
Si estás en ese camino de construir una relación y un proyecto juntos, quizá nos encontremos ahí. Nosotros volvemos siempre que necesitamos recordar por qué empezamos.
UNA PAREJA, UNA RUTINA
y lo que se nos fue olvidando